De cómo iniciarse en el papelón

Agustín Avenali
3 min readDec 13, 2020

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Tras mis primeros once años, en los que no mostré mucho interés por nadie, me levanté una mañana y me di cuenta de algo: me gustaba Alejandra, mi compañera de curso. Estaba en sexto grado, la primavera se acercaba y yo de pronto tenía esta cosa inesperada que no sabía cómo manejar. ¿Qué tenía que hacer ahora? ¿Preguntarle si quería transar conmigo? ¿Pedirle matrimonio?

Hice lo que todo buen cristiano haría: le recité una poesía. En el colegio. En el recreo. Con varios compañeritos como testigos.

Eran tiempos de protointernet, faltaban todavía un par de años para que Facebook existiera y muchos más para que se llenara de frases simplonas y edulcoradas, repetidas una y otra vez. Así que mi recitado de este material sacado de la Web 1.0 sonó casi a algo original.

En La sociedad de los poetas muertos, Knox se le aparece en el aula a su interés romántico y le lee una poesía. Al menos él tuvo la decencia de escribirla en vez de buscar una en internet. Pero la reacción fue igual tanto en Chris como en Alejandra: el deseo de que unos marcianos la raptaran en ese momento para salir de esa situación incómoda y horrenda.

Se sucedieron algunas cosas más, como bailar My Heart Will Go On en un cumpleaños y mis torpes intentos de generar charla en el colegio. Además, el grado entero sabía que me gustaba. Pero todo era estéril: a mis oídos de poeta enamorado del siglo XIX había llegado que a ella le gustaba Di Paola, uno de otra división. No me importaba. Yo seguiría adelante como un Florentino Ariza del Conurbano. O como el corazón de Céline Dion.

Por si todo lo hecho no bastase, decidí dar un último gran paso para meterme de lleno y de forma irreversible en el espeso pantano del ridículo. La jugada final.

Corté una flor del jardín del colegio y se la ofrendé a Alejandra junto con unas palabras melosas. Ni siquiera procuré que estuviera sola para no avergonzarla frente a nuestros compañeros. Sentía que mi elevado amor debía expresarse así, a los cuatro vientos, o no sería.

Después de esta lamentable escena, con el público expectante y ella sin agarrar la flor y sin saber qué decir, le pregunté si quería ser mi novia. Sí. Así.

—Yo no siento lo mismo que vos sentís por mí, así que gracias, pero no — dijo ella con gran tacto y diplomacia, procurando no dejar una cicatriz en mi corazón que fuera una traba para todas mis relaciones futuras.

Dijo que no. Dolor. Prefería a Di Paola antes que a mí. El primer golpe en mi currículum amoroso. Pero con todo esto ya tenía experiencia comprobable en drama y no iba a dejar pasar la oportunidad de hacer un nuevo papelón. Alfredo Alcón habría estado orgulloso de mí.

Tomé mi último resto emocional y preparé la salida triunfal. Todavía con la flor en la mano, la revoleé por sobre mi hombro, sin mirar, y pronuncié mi línea final antes de que cayera el telón:⠀

—Que te cuide Di Paola.

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Agustín Avenali

Flâneur, escritor fantasma, periodista, creador de podcasts. Un buscador de historias. / Flâneur, ghostwriter, journalist, podcasts creator. A story seeker.